Por: Felipe Torres
En el Ecuador los valores de la
sociedad libre se encuentran en peligro. El poder político ha realizado un
ataque sistemático a la capacidad de decisión de los individuos. La producción
de leyes se ha multiplicado, con
limitaciones y controles sobre los ciudadanos. Los gobernantes, creyéndose
dueños de los destinos de los individuos y de la sociedad, han utilizado el
dirigismo y el paternalismo para imponer sus visiones de felicidad y bienestar
y convertirse en los rectores del mercado y los dueños de la información social[1].
En nombre del bien común y del interés público los gobernantes han Justificado
restricciones a derechos individuales. Por estas razones, es indispensable que
los jóvenes levantemos la bandera de la libertad y no permitamos que la limiten
como lo han hecho hasta ahora.
Para recuperar nuestras
libertades hace falta una transformación integral, pues, no es suficiente un simple cambio de gobernantes. Lo primero,
en esta tarea, está en lograr que la mentalidad, sobre todo de los jóvenes,
aprecie las libertades individuales que sólo florecen en sociedades libres y no
tribales.[2]
No es fácil abandonar la idea de tribu para asumir los desafíos de las personas
libres. Debido a que históricamente, en el Ecuador, se ha fortalecido el aparato estatal, las libertades han perdido espacio. Más aún,
se ha extendido la idea que desde el poder se pueden resolver mejor los problemas de la sociedad, dejando en un
lugar secundario los mecanismos propios de la cooperación humana[3].
Lo que se ha implementado en el
Ecuador, en estos últimos siete años, no se puede llamar revolucionario, pues, lo
único que se ha hecho es profundizar y acelerar un proceso estatista que
siempre ha estado presente en nuestra realidad social. Necesitamos llevar
adelante un modelo que destruya este sistema lleno de limitaciones y
restricciones a los individuos para desarrollar las bases de la sociedad libre.
Debe reconstruirse, urgentemente, la
noción de Estado a fin de dimensionar los elementos de un Estado libertario.[4]
La verdadera revolución, por lo
tanto, debe procurar una transformación económica, política y social en
beneficio del individuo, de sus derechos, del mercado, en definitiva, de un auténtico
capitalismo, es decir, del único modelo ético y económico humanista, que le
permite al ser humano desplegar todas sus potencialidades racionales, en lo que
se ha llamado la mente creativa del individuo. En este proceso revolucionario
se debe elaborar una Constitución
libertaria, que facilite la declaratoria de inconstitucionalidad de las leyes
estatistas y proteja los derechos individuales, especialmente los derechos a la
libertad y a la propiedad privada. Al final, se debe evitar que el individuo sea considerado una un engranaje
del aparato estatal y de la sociedad tribal.[5]
No es fácil recuperar las
libertades que se han perdido bajo el control de gobiernos estatistas. Es un
camino largo, que debemos empezarlo a recorrer ahora, sabiendo que, en la batalla
por las ideas, las ideas de libertad siempre triunfan sobre las totalitarias y
estatistas.
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